30 de enero de 2009

Algunos en el FSM dicen que el futuro es socialista

Los masivos despidos incrementarán la violencia social

AFP.-

Los masivos despidos de trabajadores alrededor del mundo, provocados por la crisis financiera, producirá un clima de agitación y violencia social, que podría anunciar la muerte del capitalismo, estimaron los sindicatos reunidos en el Foro Social Mundial que se realiza en Brasil.

Tamaño descontento será un paso doloroso pero necesario hacia un nuevo orden mundial. Un paso que, sin embargo, está retrasándose debido a los esfuerzos por salvar el anterior sistema, ya viejo e inútil, argumentaron los sindicatos, en su mayoría de América Latina.

"Es evidente que los efectos de esta crisis serán conflictos sociales de gran magnitud", declaró Martha Martínez, secretaria de las Américas de la Federación Sindical Mundial (FSM).

Los Gobiernos ya estaban tomando medidas para reprimir por la fuerza la "fragmentación social", añadió, citando como ejemplo a Colombia y Perú.

La esperanza en una revolución de los trabajadores ha flotado en el aire durante todo el foro, que ha reunido a 100.000 personas de izquierda en oposición al Foro Económico de Davos donde se dan cita presidentes y líderes de grandes corporaciones.

Julio Gambina, director del Centro de Estudios de la Federación Judicial Argentina, acusó a los países desarrollados -particularmente a Estados Unidos- de tratar de salvar el neoliberalismo que, según él, está "en quiebra".

Los modelos que hay que seguir ahora, según Gambina, son Cuba, Venezuela y Bolivia, todos los cuales han rediseñado sus Constituciones hacia enfoques socialistas para que la riqueza también llegue a los pobres.

La fuerza de la retórica marxista proviene de los problemas experimentados desde Finlandia hasta Filipinas como consecuencia de un fuerte aumento del desempleo.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el desempleo global podría afectar a 50 millones de personas hacia finales de este año.

"Creo que el descontento social ya está acá", señaló a los periodistas el director general de la OIT, Juan Somavía, en Ginebra.

Alemania anunció que su número de desempleados aumentó hasta las 3,5 millones de personas.

En Francia, más de un millón de trabajadores se levantó en huelga para protestar por la manera en que el presidente del país, el conservador Nicolás Sarkozy, ha reaccionado frente a la crisis. Y también por el miedo a masivos despidos.

Japón también siente la presión de la crisis financiera, donde grandes compañías preparan recortes laborales ante la caída de las exportaciones.

Estados Unidos, epicentro de la crisis, todavía está tratando de tomar el control de la caída de los mercados crediticios y financieros.

Los informes señalan que el paquete de rescate de 800.000 millones de dólares podría ser ampliado significativamente, tal vez a través de ayuda fresca a los bancos en un intento por eliminar los llamados activos tóxicos.

El rublo ruso se hundía rápidamente, mientras China advertía que entraba en un año "muy severo".

En Brasil, la mayor economía de América Latina, están preocupados porque una década de crecimiento económico está llegando a su fin debido a la crisis del mundo desarrollado. La pérdida de 650.000 puestos de trabajo en diciembre -la peor cifra mensual desde 1999- ha unido al gobierno.

"Necesitamos prepararnos para que en 2009 podamos evitar altos niveles de desempleo", dijo el lunes el presidente Luiz Inacio Lula da Silva en su programa semanal de radio.

Junto a otros líderes izquierdistas de América Latina, de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Paraguay, Lula asiste al Foro Social Mundial como señal de hasta qué punto están inquietos por la situación.

A pesar de todo, los sindicatos se aferran a la esperanza de que este infierno acabe con tres décadas de consumismo y acumulación de riquezas.

"La crisis es algo bueno y positivo, porque abrió una vía para discutir y revisar el modelo económico actual", declaró a AFP Sonia Latge, directora de políticas sociales de la Central de Trabajadores y Trabajadoras de Brasil.

"Creo que el futuro del planeta es socialista", añadió.

29 de enero de 2009

La cosecha de África se siembra en Europa

La ayuda debe impulsar la producción agraria para combatir el hambre - Los países ricos rectifican

ANA CARBAJOSA 26/01/200. elpais.com

Los países ricos llevan décadas inyectando miles de millones de euros a los países pobres en forma de ayuda al desarrollo con resultados claramente insuficientes: más de mil millones de personas viven en la pobreza extrema y las proyecciones indican que cada vez serán más a los que les cueste satisfacer sus necesidades energéticas diarias.

Los países ricos llevan décadas inyectando miles de millones de euros a los países pobres en forma de ayuda al desarrollo con resultados claramente insuficientes: más de mil millones de personas viven en la pobreza extrema y las proyecciones indican que cada vez serán más a los que les cueste satisfacer sus necesidades energéticas diarias.

Son muchas las voces que piden un aumento de la ayuda para paliar esta situación, pero también las que sostienen que además de la cantidad de ayuda hay que revisar la calidad de la misma. "Las políticas están claramente equivocadas porque sigue aumentando el número de personas que se mueren de hambre. Las tierras están ahí [en los países en desarrollo] y el potencial de producción también. Es un problema político". Quien lo dice no es la portavoz de una pequeña ONG ultracrítica, sino Soraya Rodríguez, secretaria de Estado de Cooperación, convencida de que hay que dar un vuelco a la situación.

El cambio más urgente, dice, pasa por apoyar la producción agrícola. A pesar de que el 75% de personas pobres de los países en desarrollo vive en zonas rurales y depende de la producción agrícola, las ayudas internacionales a la agricultura han caído en picado durante los últimos 20 años. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo económico (OCDE) indica que a mediados de los años ochenta, los países desarrollados destinaban cerca del 20% de la ayuda a la agricultura. Ese porcentaje rondaba el 7% en 2007 para el caso de la ayuda bilateral. La multilateral ha sufrido una evolución semejante en las dos últimas décadas. A la deficiente ayuda de la comunidad internacional hay que sumarle la falta de inversión por parte de los Gobiernos locales: en 2004, apenas un 4% de su gasto público, según el Banco Mundial.

Desde hace años la situación va a peor, pero fue la revuelta del hambre del año pasado la que hizo saltar las alarmas y la que ha provocado que ahora los políticos se replanteen la manera de actuar. Porque cuando los precios del arroz, del trigo y de la leche se dispararon, millones de empobrecidos de medio mundo dejaron de poder comprar estos alimentos. No pudieron tampoco echar mano de sus cultivos o de las cosechas de sus vecinos, simplemente porque no existían. Quedaron a la intemperie y según la jerga especializada, su "seguridad alimentaria" dejó de estar garantizada.

El Gobierno español tratará de revertir esta tendencia mañana en Madrid junto al secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, y cientos de ministros, expertos, miembros de ONG y de empresas durante la llamada "reunión de Alto nivel sobre Seguridad Alimentaria para todos". "Los países donantes tienen que aportar más, pero además, la ayuda tiene que centrarse en producir más y mejor; evitar que la producción de los países pobres se centre en monocultivos dedicados a la exportación que generan divisas pero no dan de comer a la población", añade Rodríguez.

Organizaciones multilaterales como la ONU o el Banco Mundial, que durante años optaron por otras vías para erradicar la pobreza, insisten ahora en que hay que volver a invertir en agricultura, porque, explican, es un sector que resulta hasta cuatro veces más efectivo en generación de ingresos para los más empobrecidos que cualquier otro. "La agricultura por sí sola no bastará para reducir de forma masiva la pobreza, pero ha demostrado ser especialmente eficiente a la hora de abordar la tarea", reza el informe sobre desarrollo mundial de 2008 publicado por el Banco Mundial, dedicado a la agricultura. Hacía 25 años que el Banco Mundial no centraba su informe en esta cuestión. "Es hora de volver a colocar este sector en el centro del programa de desarrollo", dice el documento.

Gonzalo Fanjul, experto en temas de cooperación y en la actualidad investigador en la Kennedy School de Harvard explica que en los noventa la cooperación dejó de apoyar a la agricultura "porque, por un lado, existía la sensación de que el dinero que se había invertido en el sector rural no había servido de mucho y por otro, porque en ese momento aparecieron las grandes empresas de semillas, fertilizantes y comercialización y se pensó que ellos iban a ser capaces de solucionar el problema".

Pero también, entonces y ahora, el cambio obedece a mutaciones ideológicas. "Eran los tiempos del consenso de Washington [el que dictó a principios de los noventa una serie de recetas para poner liberalizar los mercados en los países en desarrollo], en los que se confiaba en los agentes privados y se creía que el Estado no debía inmiscuirse en temas como la agricultura". Hoy, el propio Banco Mundial da por muerto el consenso de Washington y economistas como el Nobel Paul Krugman abogan por un papel más decidido de los agentes estatales. Existe el consenso de que por un lado, no existen recetas únicas aplicables a todos los países pobres y que por otro se trata de llegar a un punto medio entre el estatalismo de los setenta y el laissez-faire de los noventa.

"Hace falta la mano visible del Estado", dice el informe de desarrollo del Banco Mundial. "El Estado deberá contar con mayor capacidad para coordinar los diversos sectores y formar asociaciones con actores privados y de la sociedad civil", añade.

Pero a pesar de que Gobiernos y los agentes del mundo de la cooperación internacional hayan llegado a la conclusión de la necesidad de fomentar la producción agrícola en aras de garantizar la seguridad alimentaria de los más pobres y sobre el papel que debe jugar el Estado y la ayuda internacional, el camino para llegar a este fin se encuentra repleto de obstáculos. En primer lugar, porque la crisis financiera provocada por el fiasco de las hipotecas basura en Estados Unidos ha hecho que muchos Gobiernos en los países del hemisferio norte opten por inyectar ingentes cantidades de dinero público en el mercado para evitar la debacle. Y temen los expertos en cooperación que los países en desarrollo no sólo vayan a ser los más afectados por la crisis debido a su vulnerabilidad, sino que además vean reducida la ayuda que una comunidad internacional sumida en una crisis económica les envía. Las aportaciones advierten también, tenderán a centrarse en la provisión directa de alimentos ante lo urgente de la situación y las inversiones que generen crecimiento deberán de nuevo esperar.

"Nos encontramos en una situación muy peligrosa en la que ya se aprecian signos de una nueva crisis alimentaria, pero aún así, la crisis financiera puede hacer que algunos de los compromisos que se alcancen en Madrid acaben por no cumplirse", advierte Joachim Von Braum, director del International Food Policy Research Institute con sede en Washington y que participará en la reunión de alto nivel de esta semana.

Y considera Von Braum que uno de los asuntos que deben ponerse sobre la mesa en Madrid son las políticas comerciales, "porque no es posible garantizar la seguridad alimentaria sin un comercio justo". La crisis del precio de los alimentos hizo que muchos países en desarrollo cerraran sus mercados por miedo al desabastecimiento de su población. "Dejaron de importar, pero también ocurrió que los países pobres vieron hundida su producción", añade.

También señala la importancia de revisar las políticas comerciales Rames Sharma, economista del departamento de Comercio y Mercados de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que cuenta que uno de los problemas es que muchos países en desarrollo han pasado en los últimos 20 años de ser exportadores de productos agrícolas a importar toneladas de comida sujetas a la volatilidad de los mercados. Los países pobres importan más porque la población crece y porque surgen nuevos hábitos alimenticios. Pero también "porque durante los setenta y los ochenta los países ricos subsidiaron masivamente su producción agrícola y los mercados internacionales se llenaron de comida barata". Muchos países en desarrollo se entregaron a la importación porque resultaba más barato comprar fuera que producir en casa. "Los Gobiernos

[de los países pobres] dejaron de proporcionar semillas y fertilizantes al tiempo que la comunidad internacional dejó de enviar dinero para proyectos agrícolas y el campo se secó. Ahora todo el mundo habla de invertir en agricultura, de hacer lo que había que haber hecho hace 30 años".

La secretaria de Estado española reconoce que durante años, la Unión Europea ha volcado sus excedentes agrarios en los países en desarrollo, desincentivando la producción local. Pero asegura que "la UE ha ido abandonado poco a poco esas políticas. Sin embargo, otros países como Estados Unidos no lo han hecho y hoy una explotación agraria estadounidense recibe un 50% más de ayudas que las europeas". Por eso, termina, "hace falta un compromiso global y eso es lo que intentaremos en Madrid, crear una alianza global contra el hambre en la que participen todos los Estados, además del sector privado y la sociedad civil".

¿Qué hacemos con el capitalismo?

Las izquierdas presentes en el encuentro alternativo de Belém certifican la muerte del neoliberalismo, al que responsabilizan de la crisis mundial

JUAN ARIAS - Río de Janeiro - 29/01/2009. elpais.com

De una forma u otra, los 120.000 activistas llegados de todo el mundo al Foro Social Mundial (FSM) que se celebra en la ciudad brasileña de Belém son de izquierdas. De todas las izquierdas: antiguas y modernas. Unas izquierdas sin horizontes en las que se dan cita viejos leninistas, nuevos ecologistas, anarquistas con banderas negras, curas progresistas e incluso asociaciones de prostitutas. Muchas izquierdas con una sola pregunta: ¿qué hacer con el capitalismo? Y una novedad: por primera vez, ninguna de esas izquierdas ha quemado banderas estadounidenses, como ocurría en ediciones anteriores a este encuentro, concebido como alternativa al Foro Económico Mundial de Davos (Suiza). El que ahora se desarrolla en Belém, que en años previos parecía agonizar víctima de la euforia neoliberal de un mundo cada vez más rico, ha resucitado con fuerza gracias a la crisis financiera mundial, que ha cambiado el reparto de la baraja.

Sin embargo, aunque la pregunta sobre el futuro del capitalismo es el denominador común de los debates y conferencias del foro, no existe consenso acerca de cómo o con qué sustituirlo.

En las discusiones se perfilan dos tendencias: por un lado, la de quienes quieren sustituir el capitalimo por otro sistema económico, sin especificar cuál. Algunos, como el Movimiento de los Sin Tierra (MST), abogan por una vuelta al socialismo. ¿Pero qué socialismo? Eso ya es más difícil de definir, a pesar de que varios expertos, como el sociólogo español Ignácio Ramonet, pidió que el FSM emprenda batallas comunes con los Gobiernos de ruptura con el capitalismo, como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador.

"Mercado socialmente responsable"

La segunda tendencia, más moderada, es la defendida por uno de los creadores del foro, Oded Grajew, quien propone como alternativa al sistema que se ha roto lo que califica de "capitalismo socialmente responsable". En vez de mercado libre, pide un "mercado socialmente responsable, con una democracia más participativa". No rechaza la existencia de empresas privadas, pero siempre, puntualiza, "que sean controladas socialmente".

Junto a la pregunta de qué hacer con el capitalismo, otro interrogante suena con fuerza en el foro de Belém: ¿dónde tenían los Gobiernos del mundo esos miles de millones de dólares que ahora se sacan de la manga para salvar el sistema financiero y de los que carecían cuando se trataba de invertir en educación o sanidad?

Si desde su primera edición, en 2001, el foro social se presentó como contrapunto al de Davos, este año el antagonismo no puede ser más evidente y puntual.

El Partido de los Trabajadores (PT), que gobierna en Brasil y al que el foro acusa de haber renunciado a sus raíces de izquierda, ha movilizado a 3.000 militantes para preparar un clima favorable a la llegada del presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, que este año ha preferido asistir al encuentro de Belém en lugar de al de Davos. Según alguno de sus asesores, parece que el presidente arremeterá con fuerza contra el capitalismo y contra los que han originado la crisis financiera internacional.

No ha sido aún confirmada la participación de Lula en el debate previsto entre los Sin Tierra y los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez; Bolivia, Evo Morales, y Paraguay, Fernando Lugo. El MST, al parecer, no ha invitado a Lula, con quien mantiene numerosas diferencias.

2 de enero de 2009

Moriscos: el mayor exilio español

El Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos es una buena ocasión para reconciliar a la sociedad española con su propia historia y con los descendientes de esos compatriotas que hoy pueblan el Magreb

JOSÉ MANUEL FAJARDO 02/01/2009 - elpais.com

Hay oportunidades, sobre todo en política, que sólo se presentan una vez en la vida, y desperdiciarlas puede convertirse en un error irreparable. Este año 2009 que acaba de comenzar, el Gobierno de Rodríguez Zapatero tiene una oportunidad única para transformar la conmemoración de uno de los más trágicos acontecimientos de la Historia de España, el Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos españoles, en un espacio de reencuentro entre Occidente y el Islam. Una tarea que puede encontrar además un clima internacional más propicio en la nueva presidencia de Estados Unidos y que resulta imprescindible para hacer frente a los estragos morales, políticos y sociales generados no sólo por el terrorismo yihadista, sino también por la aberrante reacción antiterrorista promovida por el ex presidente norteamericano George Bush y secundada por el ex presidente del Gobierno español José María Aznar.

Este tipo de eventos tiene obviamente una dimensión académica y cultural, pero sería un verdadero desperdicio que se obviara la dimensión política de la efeméride. La Historia es ciencia social, pero es también elemento de la realidad política del presente. Basta ver el uso que de ella hace la organización terrorista Al-Qaeda cuando clama por la recuperación de Al-Andalus (la España medieval musulmana) para su pretendido nuevo califato, o cuando califica a las tropas occidentales destacadas en Afganistán o en Irak como "cruzados", resucitando así el fantasma de los crímenes cometidos por los ejércitos medievales europeos durante las conquistas de Tierra Santa. Son ejemplos del uso propagandista de la Historia para sostener políticas de terror y de guerra. Frente a ello se hace necesario oponer al integrismo yihadista una lectura diferente de la Historia capaz de hacer de ésta una herramienta de paz y de diálogo. Una lectura que no niegue los abusos del pasado o trate de justificarlos oponiéndolos a los abusos del otro bando, sino que busque el reencuentro entre las personas que son herederas hoy de aquellos lejanos conflictos. Reconciliarse en el presente para desactivar la bomba de odio del pasado, ése debiera ser el objetivo. Un objetivo que España está en condiciones de liderar por razones históricas y porque tiene ya la experiencia del proceso de reconciliación nacional con su pasado reciente.

La identidad española se ha construido con múltiples elementos culturales cristianos, judíos, musulmanes y laicos, entre otros. Sin embargo, durante siglos se ha impuesto una versión oficial unidimensional de "lo español", equiparándolo a lo católico y lo conservador. Una concepción intolerante que ha llenado de exilios y expulsiones la Historia de España, amputando comunidades enteras y regando el mundo de españoles condenados a la lejanía y al olvido. Tal fue el caso de los moriscos.

El 22 de septiembre de 1609, bajo el reinado de Felipe III, las autoridades españolas comenzaron la expulsión de la comunidad morisca, aproximadamente medio millón de personas. Ése ha sido, proporcionalmente, el mayor exilio de la Historia de España, pues la población entonces era mucho menor que tras la Guerra Civil de 1936-1939 (cuando en torno a un millón de españoles tuvieron que abandonar el país). Sin embargo, no es el exilio más recordado. De hecho, son muchos los españoles de hoy que no conocen esta trágica historia.

Tras la toma del Reino de Granada por los Reyes Católicos, la mayor parte de sus habitantes permaneció en la península, recibiendo el nombre de moriscos, gracias al pacto acordado entre los monarcas católicos y el derrotado rey Boabdil, según el cual las autoridades cristianas se comprometían a respetar las creencias religiosas, y costumbres de los musulmanes granadinos, a cambio de la fidelidad de éstos a los reyes. Un compromiso que sólo se respetó durante ocho años, pues poco antes de la muerte de la reina Isabel las autoridades políticas y eclesiásticas de Granada empezaron a obligarlos a convertirse.

La presión sobre los moriscos se hizo insoportable y a las conversiones forzosas les siguieron los procesos inquisitoriales contra aquellos moriscos convertidos que eran vistos con desconfianza. El resultado fue, primero, un lento goteo de antiguos musulmanes que pasaban a tierras magrebíes y, después, una violenta insurrección morisca, una guerra civil que asoló las Alpujarras durante casi tres años con un saldo terrible de brutalidades por parte de ambos bandos. En 1571, tras la muerte del cabecilla de la insurrección, Hernando de Válor, más conocido como Aben Humeya, las tropas reales terminaban con los últimos reductos moriscos, pero la enemistad generada por la guerra permaneció y llevó al rey a decidir la expulsión de la comunidad en pleno. Los moriscos no pudieron pues elegir, como habían hecho los judíos poco más de un siglo antes, entre convertirse al cristianismo o partir en exilio. Una tragedia más a añadir a la expatriación, pues aquellos que se habían convertido de buen grado fueron recibidos con recelo por los musulmanes del norte de África a causa de su condición de cristianos. Cervantes trazó en El Quijote, con el personaje de Ricote, un patético retrato del drama de los moriscos que trataban de regresar clandestinamente a su patria perdida.

Algunos moriscos, al igual que habían hecho los judíos, emigraron también de forma clandestina a América en busca de fortuna, y su huella se aprecia en culturas ecuestres como la de los "gauchos" argentinos. Otros, que habían partido antes de la expulsión masiva, se alistaron en el ejército del sultán de Fez y conquistaron la legendaria ciudad de Tombuctú, en pleno corazón de África, donde formaron una casta poderosa que ha llegado hasta nuestros días con el nombre de los "armas". Pero la mayoría de los moriscos se afincó en la costa africana mediterránea.

En nuestros días hay en todo el Magreb descendientes de aquellos exiliados, llamados genéricamente "andalusíes". La huella morisca es muy clara en Argelia, Túnez y Marruecos, cuya capital, Rabat, fue refundada en el siglo XVII al constituirse en ella una singular república pirata formada por moriscos venidos de Extremadura (del pueblo de Hornachos, para ser exactos), que trajo de cabeza a las armadas españolas, francesa e inglesa durante medio siglo. El descendiente directo del primer gobernador de aquella república es hoy un coronel del ejército marroquí de apellido Bargasch (transcripción francesa del apellido Vargas). Existe, pues, un legado español que forma parte ya de las sociedades magrebíes y que puede convertirse en puente de unión entre las dos riberas mediterráneas.

El Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos debiera jugar el mismo papel que desempeñó en 1992 la conmemoración de la expulsión de los judíos: una ocasión para reconciliar a la sociedad española con su propia Historia y con los descendientes de esos otros españoles que desde hace siglos pueblan el mundo, llevando con ellos la nostalgia y el amor por su antigua patria, expresado en su música, en las palabras castellanas conservadas en su lenguaje, en su interés por todo lo español. Una ocasión también para reconocer su sufrimiento.

No se trata ahora de otorgar nacionalidades, sino de cambiar la dinámica de la Historia, de transformar el odio de antaño en amistad nueva recuperando la memoria de la tragedia morisca y buscando fórmulas de hermanamiento. Todo ello requeriría políticas activas, tanto del Gobierno de España como de los gobiernos autonómicos directamente afectados por la conmemoración (los de Extremadura, Castilla-La Mancha, Andalucía, Murcia, Valencia...), e iniciativas que enmarcasen la evocación histórica en una dinámica de intercambios culturales, económicos y políticos entre territorios y ciudades antiguamente rivales (por ejemplo, Denia y Valencia, que fueron punto de partida de los primeros moriscos expulsados, y Argel, su punto de llegada). La conmemoración, por su trascendencia, exige un esfuerzo de coordinación si se quiere que tenga la necesaria dimensión política. En una de esas paradojas a las que es tan aficionada la Historia, buena parte de la política internacional que propugna el presidente Rodríguez Zapatero va a ser puesta a prueba en el centenario de la expulsión de los moriscos españoles, pues difícilmente puede ser creíble su propuesta de Alianza de Civilizaciones si España, el país que la postula y que él preside, dejara pasar la oportunidad de reconciliarse con su propio pasado islámico.